Mi viejecita

Comienza a anochecer, el aroma del chocolate caliente inunda esta casa llena de ruidos y pasitos corriendo por toda la casa, ¿Quién lo diría? después de tantos años volver a escuchar risitas traviesas y discusiones inocentes.

– Abuela, ¿puedes contarnos tu historia con el abuelo? – Dice la pequeña Sofia sentandose frente a mi.

– ¿Mi historia con el abuelo? – pregunto desconcertada.

– Sí abuelita, ¿cómo lo conociste? – insiste con la mirada tierna

– Sí cuentanos abuela, ¿cómo conociste al abuelo?¿Cómo te enamoraste de él? – Secunda Jorge tomando su lugar en el tapete cerca de la chimenea.

– Oh queridos, es una historia bastante linda, verán -comienzo a relatar desconcertada-  En aquellos días era una jovencita muy bonita a decir verdad, los hombres me miraban y las mujeres me envidiaban, mi largo cabello trenzado era la envidia de mis hermanas y el orgullo de mi madre, como sea, aquella mañana del mes de abril, caminaba con mi vestido blanco, lleno de florecillas, zapatitos de tacón y mis trenzas recogidas; el sol brillaba en lo alto y los pajarillos endulzaban los oídos con su bello canto. Entonces, lo vi, caminaba en mi dirección con su porte galante y apuesto, con aquella chaqueta café que hacía juego con sus ojos, se detuvo frente a mí y me extendió una rosa, una rosa que acababa de cortar del jardín del centro.

– ¿Y qué te dijo? -interrumpe Sofía impaciente como ella es.

– Nada, no me dijo ni una sola palabra, me extendió la rosa y con una sonrisa siguió su camino, no volví a verlo hasta dos semanas después, en aquel mismo parque, en aquella misma dirección, con la misma chaqueta… se dirigió hacia mí con su sonrisa y dos flores.

– Dos rosas que cortó del jardín del centro- agrega con tono burlón inocente Karlita.

– No cariño, dos rosas que compró en la florería, eran distintas.

– Y ese día ¿te dijo algo abuela? – Pregunta Sofia, curiosa como siempre.

– No, se fue callado, con la sonrisa de siempre, se fue silbando una melodía que escucharía por mucho tiempo más.

– Y la siguiente vez abuela? ¿Cuando lo volviste a ver?

– Pasaron 4 meses hasta que lo vi nuevamente, aquella tarde caminaba por el jardín cuando lo vi sentado ahí, frente a la banca donde nos encontrábamos antes, y con una maceta a un lado, una maceta con rosas.

– ¿Una maceta? con tierra y todo abuelita? -pregunta Carlitos, el mayor de mis nietos al incorporarse a la conversación.

– Con todo y tierra querido.

– ¿Y entonces? -dicen divertidos.

– Aquella tarde me decidí a sentarme a su lado y me miró por largos minutos hasta que le pregunte «¿Cómo a estado usted, no le había visto por aquí desde hace un tiempo?» 

– He estado ocupado señorita, pero acaso usted ¿Esperaba verme?-

Me respondió haciéndome sonrojar, «Bueno, es que me acostumbró usted a su presencia» le respondí.

Costumbre -dijo él- una palabra fuerte y débil al mismo tiempo, yo en cambio la extrañaba, la extrañaba tanto que sembré estas rosas, las regué día a día esperando florecieran pronto, pero fue difícil, sabe? las flores no crecen tan fácilmente como uno quisiera, hay que tener la tierra adecueda, regarlas lo suficiente para que no se sequen, pero no demasiado para que su raíz no se pudra, hay que dejarlas al sol para que reciban calor, y taparlas de los tiempos de invierno para que no se quemen, es un trabajo de dedicación, de amor, de cuidado.

– Son muy bellas -le dije- pero ¿por qué si me extrañaba no había venido?, ¿por qué en lugar de venir, prefirió sembrar rosas?

– Estas rosas son para usted, ¿no entiende?, quería demostrarle que con dedicación, paciencia y cuidado, una pequeña semilla puede convertirse en flor, y un encuentro en amor -dijo para mi sorpresa- ¡Sí!, estoy enamorado de usted, así que si me lo permite, quiero hacer con usted lo mismo que con mis flores, cuidarlas, darles agua, y amor. No quiero robar su tiempo, la flor que robé para usted se marchitó y no quiero que este amor se marchite; no quiero comprar su amor, las rosas que compré para usted duraron un poco más porque tenían pesticidas y cosas que las dañaron al mismo tiempo, y terminaron por marchitarse; en cambio, quiero sembrar a su lado la semilla del verdadero amor, el que perdura, el que no se marchita, porque cuando las raíces son fuertes, la flor también lo es. 

– Wow, abuelita, ¿en serio el abuelo te dijo esas bellas palabras? – Pregunta Sofía.

– Por supuesto cariño, el abuelo lo hice, y con el tiempo lo reafirmó con su mirada, con su paciencia, con su amor. Pero es tarde, y ya es hora de dormir pequeños, suban ya a la cama.

Sorprendidos y emocionados, los niños por fin se rinden y van a arriba, espero que duerman pronto…  un minuto después y escucho su gruesa voz.

– Con que te di una rosa robada, dos flores compradas, y una maceta que cuidé yo mismo? -Cuestiona el hombre de espalda ancha y hombros fuertes.

– ¿Y qué esperabas que les dijera? No es linda la historia de «Nos conocimos en la feria del pueblo, bebimos cerveza y su padre y tío fue fruto y raíz de nuestra relación – Replico un poco ofendida.

– ¿Pero sabes? El amor que me has dado durante estos años, ha sido más que sembrar flores, sembramos un bello jardín lleno de flores y frutos maravillosos, porque aunque aquella noche fue una pasión la que nos hizo estar juntos, ha sido el amor el que nos ha mantenido, y para eso no hay palabras más grandes que «Te amo mi viejecita linda»

 

 

 

D.R. ©  Marzo, 2018. Ángeles LezCa

 

10 respuestas a “Mi viejecita

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    1. Mi vida ha cambiado mucho últimamente y aún no agarro mi ritmo del todo, justo le comentaba a otra compañera de letras que este fin aprovecharé para leer a todos… Solo que hoy estuve trabajando 😀 muchas gracias por tus palabras. Me dan ánimos para seguir escribiendo. Paso en estos días😊 un abrazo.

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