Todo falla.

Llego a casa y me siento a la orilla de la cama, los hombros me pesan y se sienten rígidos, fue un día atareado, no sé si tengo ganas de cenar o dormir, de cerrar los ojos y escuchar música, eso es, pondré música, mi fiel compañera en los días de ausencia. Comienza el reproductor con aquella canción que me recuerda a ti, esto no está funcionando…  y entonces me encuentro nuevamente sentada, ésta vez en el suelo con la espalda recargada en la cama, pensando, meditando acerca de mi día.

Ésta mañana me puse mi short y mis tennis para salir a correr, el parque estaba inundado, debí suponerlo, ayer llovió bastante; regreso a casa y hago algunas flexiones para no sentir que me levanté temprano en vano. Hora de tomar un baño, el agua estaba fría, ¿Olvidé comprar el gas?, no sé en qué día vivo, no debí tirar el calendario solo porque estaba hecho todo de fotos nuestras.

Y ni qué hablar del desayuno, demasiada sal para mis huevos revueltos, y el café, mi amado café decidió quemarme la lengua, culpa mía, siempre me dicen que caliento demasiado las cosas pero es que a mí el café frío no me sabe a nada.

De camino al trabajo el tráfico era invencible, llegué tarde de nuevo. Pasé el día entre tareas de oficina y conversaciones vacías.

La señal en mi teléfono falla, eso explicaría que no hay mensajes ni llamadas, eso justificaría que no me has buscado, que quizá te has olvidado de nuestras promesas de ayer.

Y de regreso a casa nuevamente llueve, será que el cielo está enojado conmigo, el viento provocó que mi paraguas se rompiera, obviamente los taxis no quieren trabajar a esta hora, cuando a la ciudad le da la gana inundarse. Llegué empapada por tercer día consecutivo, y mientras escucho música y hago este análisis de mi nada interesante día, me doy cuenta de que aquí todo falla, desde que no estás, desde que me dijiste que era tiempo de tomar caminos separados, aquí todo falla, lo único que no falla son las inmensas ganas de volver a verte.